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La política exterior, atrapada entre ideologías: embajadores inestables y relaciones frágiles

La diplomacia entre Colombia y Estados Unidos se ha visto afectada en los últimos años por una creciente polarización ideológica, convirtiéndose en un escenario de confrontación entre modelos políticos opuestos: uribismo, petrismo y trumpismo. Esta dinámica ha provocado una inestabilidad inusual en las relaciones bilaterales, donde los embajadores y representantes diplomáticos se ven envueltos en tensiones políticas internas de ambos países, afectando la continuidad y coherencia de la política exterior.

Durante el gobierno del expresidente Iván Duque, el uribismo se alineó estrechamente con la administración de Donald Trump, compartiendo una visión conservadora en temas como seguridad, lucha contra el narcotráfico y oposición al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela. Sin embargo, con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca y la elección de Gustavo Petro en Colombia, esa sintonía se rompió, dando paso a un período marcado por fricciones ideológicas y cambios abruptos en el enfoque diplomático.

El petrismo, por su parte, ha buscado una política exterior más autónoma, enfocada en la integración latinoamericana, la defensa de la soberanía nacional y un discurso crítico hacia el intervencionismo estadounidense. Esta postura ha generado incomodidades en ciertos sectores políticos de EE. UU., especialmente en los republicanos afines al trumpismo, quienes ven con desconfianza el giro ideológico del gobierno colombiano.

En medio de este vaivén ideológico, los embajadores han pasado a ser figuras inestables. Algunos han renunciado, otros han sido removidos, y en ciertos casos, las relaciones diplomáticas han quedado en manos de encargados de negocios, afectando la gestión de asuntos bilaterales estratégicos como comercio, cooperación en seguridad y medio ambiente. Además, decisiones políticas internas —como la reciente polémica en torno al nombramiento de Iván Velásquez como embajador ante el Vaticano— evidencian cómo la política exterior colombiana está cada vez más atravesada por disputas partidistas.

Esta situación no solo debilita la institucionalidad diplomática, sino que también proyecta una imagen errática ante la comunidad internacional, dificultando la construcción de consensos duraderos en temas globales. Tanto en Washington como en Bogotá, la diplomacia se ha convertido en rehén de los ciclos electorales y de la confrontación ideológica, lo que impide consolidar una política exterior de Estado que trascienda los gobiernos de turno.

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